¿Eran conejos o burros? Conejos. No hay dudas de eso. La longitud de las orejas se proyectaba en el verde gastado de la pared de la puesta en escena. La representación teatral detrás del batón y los trajes oscuros, se mezcla con las risas que esconden tragedia. Del lado del proyector, el ojo humano se esfuerza por dividir en su retina la realidad de la no realidad. Lo real de lo ficcional. Lo asible de lo inasible. Lo que está plasmado con vehemencia y aquello que se pierde con el viento helado. Durante la primera hora, uno hace el esfuerzo por hallar racionalidad allí donde no hay. Una búsqueda de racionalidad en un camino que se asemeja al de los sueños. Sin linealidades, donde el tiempo se fuga y se sumerge en extensas digresiones. Espacios híbridos que merodean la oscuridad de lo tormentoso, el terror y lo tortuoso. Y luminosidades… como una vela encendida que alumbra el rostro de la pequeña muerte. Ella se exhibe al lado de la más absoluta banalidad. La rubia está por morir. Ellos lo saben, la ven morir, pero la vida sigue. La mortalidad pierde su aura sagrada, frente al diálogo trivial que mira a Hoollywood desde el asiento trasero de un colectivo.
Monday, October 01, 2007
Sunday, September 30, 2007
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Thursday, June 07, 2007
Entrelíneas
Escribí decenas de cartas. La primera fue al cabo del primer mes, o sea en julio, pleno invierno. Época de CBC, de bufanda, guantes y hacha. Y después, ya no tengo tan claro con qué frecuencia seguí escribiendo. (O mejor dicho: con qué frecuencia seguimos escribiendo. Porque vos también me regalaste decenas de cartas, ensayos, poemas y prosas).
Es difícil no repetirse a uno mismo, copiarse las palabras y volver a decirlas como si fuese la primera vez. Pero hay frases que uno diría toda la vida. O palabras que uno siempre quisiera escuchar. Pero está bien que haya ruptura, crisis e incertidumbre. Sentir que todo se cae, y que nada racional puede sostenerlo.
Y más. Mucho más.
También nos regalamos muchos libros. Ropa, muy poca. No es lo nuestro. Los libros recorren los veranos. Las lecturas de cada viaje marcan estados. Un verano, volviendo del sur, leía en el micro “Las palabras y las cosas”, pero en cambio este enero me fui con “La peste”, y el año pasado con Victoria Ocampo. Y vos te llevaste Artaud, y otros autores.
Es difícil no repetirse a uno mismo, copiarse las palabras y volver a decirlas como si fuese la primera vez. Pero hay frases que uno diría toda la vida. O palabras que uno siempre quisiera escuchar. Pero está bien que haya ruptura, crisis e incertidumbre. Sentir que todo se cae, y que nada racional puede sostenerlo.
Emocionarse, sentir las lágrimas a punto de estallar, reírse a más no poder, tirarse en la cama, abrazarse y mirar en los ojos del otro la propia mirada. Caminar por alguna glorieta, perdidos en algún pasaje de la rivera, y sacar fotos como si estuviéramos en París, como si el tiempo nos hubiese llevado a otra década, en polaroids blanco y negro.
Todo eso.
Y más. Mucho más.
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