Molina atraviesa Hollywood, la ficción como utopía. Historias que se proyectan en la pantalla, que sólo suceden allí, pero que uno ansía alcanzar alguna vez, en cierto momento, en determinado lugar.
Todos tenemos esa película (o "esas películas", como en mi caso) que nos hizo viajar a un lugar idílico, onírico, inquietante, explosivamente emotivo.
La groupie y Virginia son mi cara bipolar que se niega a transitar el camino de la linealidad. Dos dimensiones que conviven, batallan, luchan, se contradicen, y donde cada una de ellas desafía a la otra de modo arrogante.
Todos tenemos esa película (o "esas películas", como en mi caso) que nos hizo viajar a un lugar idílico, onírico, inquietante, explosivamente emotivo.
Hace un par de años había ido a un cine de Belgrano (con una compañera de la escuela secundaria, creo) a ver "Almost Famous". Desde la butaca, mi mirada tímida e introspectiva se revolucionaba ilusoriamente ante el comportamiento de la groupie blonda, de amplios rulos, sonrisa desinteresada y abierta al universo de la ilegalidad de los psicofármacos. Viajar, escuchar bandas, estar con un músico y conocer finalmente a un joven periodista que combinara el arte de la escritura con la música, se presentaban como fotogramas de la película que alguna vez quisiera vivir.
Años más tarde, recuerdo haber ido a un cine de San Isidro, con quien fue mi primer amor adolescente, a ver "Las horas". Había una agobiante oscuridad en el personaje de Virginia Woolf que me atraía. Ella fumaba como loca, con el cabello recogido con una suerte de rodete improvisado, casi sumergida en una profunda depresión. Usaba largos vestidos, sacones de lana, y lucía un cuerpo anoréxico, vacío de curvas. Su silueta desgarbada vestía tristeza. Si en "Almost Famous" el refugio era la música y la escritura en una revista de rock, en "Las horas" era la literatura el canal de sublimación de esos impulsos libidinosos que son considerados inconvenientes en toda comunidad civilizada.
La groupie y Virginia son mi cara bipolar que se niega a transitar el camino de la linealidad. Dos dimensiones que conviven, batallan, luchan, se contradicen, y donde cada una de ellas desafía a la otra de modo arrogante.
Mi última película terminó ayer, junto al río. Fue una proyección continuada de dos noches/madrugadas y una tarde dominical. Música, diálogos, mirada intensa, besos prolongados, intercambio cultural, un encuentro en una cama, en un auto en alguna calle de la Ciudad Vieja, un banco de plaza del rosedal, un subsuelo para comer, un living para compartir una cerveza, el sello de BJ para entrar y salir, y horas de no dormir (¡pero qué importa eso!).
Decidí que la última escena de este viaje fugaz tuviera como locación la Cinemateca 18, con la proyección de "Requiem" (Alemania, 2006, 93 minutos. Director, Hans-Christian Schmid. Con Sandra Huller, Burghart Klausner, Imogen Kogge). Antes de entrar a la sala, creo que le caí simpática a Néstor, y es por eso que prometió regalarme durante una semana los ejemplares de "La Diaria".
Así las cosas. Ya estoy de regreso, sin saber muy bien qué película vendrá.
24/03/08. Death Cab For Cutie, "Transatlanticism" como partitura de fondo.
Nota de la Autora: Ah! Y no hay registro fotográfico de este último film. Como diría Gabi, la foto fue mental. Cada uno sabe cómo conservarla.