Una luz tenue se colaba por el pasillo angosto, que comunicaba a la cocina. De lejos, se oía el silbido de la cafetera, y , lentamente, los pasos de la mujer se hacían presentes en la sala principal del departamento. Recostado en su sillón de terciopelo verde, Jorge aguardaba impaciente su taza de café. Junto al gran ventanal, se encontraba Maurice Abramowicz, un intelectual amigo que estaba de paseo por la Argentina. “Se siente extraño no usar piloto ni paraguas”, dijo Maurice. “Más extraño aún me resultan mi sueños constantes. Confundo Buenos Aires con cualquier ciudad europea”, replicó Borges.
Luego de que Sandra, la empleada doméstica, se retirara con la bandeja vacía, Maurice no puedo menos que contener su risa. “Mujeres de este tipo difícilmente las encuentres allá. Sólo podría imaginarla en un cuento de Charles Dickens, como uno de esos personajes encadenados a las humeantes fábricas de Manchester”, dijo Maurice. De pronto, el silencio irrumpió en el living. “Los hombres son mortales; no lo olvides”, le respondió Borges.
Para la llegada del invierno, Marurice Abramowicz ya había partido hacia la capital francesa. Una mañana, recibió inesperadamente, una carta de su amigo, que comenzaba con la siguiente leyenda: “Los hombres son mortales, y es condición propia cometer pecados. ¿Por qué ella habría de escapar a la regla?”.
Borges cierra su carta diciendo: “Créeme amigo, que me has ayudado enormemente a ver con tus ojos. Ya he puesto un aviso en el diario La Nación, solicitando una nueva muchacha”.
Luego de que Sandra, la empleada doméstica, se retirara con la bandeja vacía, Maurice no puedo menos que contener su risa. “Mujeres de este tipo difícilmente las encuentres allá. Sólo podría imaginarla en un cuento de Charles Dickens, como uno de esos personajes encadenados a las humeantes fábricas de Manchester”, dijo Maurice. De pronto, el silencio irrumpió en el living. “Los hombres son mortales; no lo olvides”, le respondió Borges.
Para la llegada del invierno, Marurice Abramowicz ya había partido hacia la capital francesa. Una mañana, recibió inesperadamente, una carta de su amigo, que comenzaba con la siguiente leyenda: “Los hombres son mortales, y es condición propia cometer pecados. ¿Por qué ella habría de escapar a la regla?”.
Borges cierra su carta diciendo: “Créeme amigo, que me has ayudado enormemente a ver con tus ojos. Ya he puesto un aviso en el diario La Nación, solicitando una nueva muchacha”.